Cada
día me enamoro de algo nuevo al caminar,
una risa, una mirada, un reflejo en un
cristal.
Me detengo en cada esquina con temor a
continuar,
porque todo lo que toco se me acaba por
escapar.
Me emociona lo pequeño, lo que nadie
quiere ver,
el silencio de una tarde, una sombra al
atardecer.
Pero todo lo que encuentro, sin querer, lo
hecho a perder,
y me voy quedando solo sin saber muy bien
por qué.
Y es que paso por la vida
como un niño sin abrigo,
me deslumbra cada cosa
pero nunca está conmigo.
Y aunque amo con el alma,
nunca acabo de entender
por qué todo lo que amo
es lo mismo que he de perder.
Me enamoro del aroma de la lluvia en el
papel,
de los libros que no leo, de canciones que
olvidé.
Y aunque a veces me resguardo de volverme
a ilusionar,
siempre caigo en la trampa de querer y de
soñar.
Hay momentos que atesoro sin que nadie lo
sabrá,
un suspiro entre la gente, una flor en
soledad.
Pero cada despedida se me clava sin
piedad,
como heridas que no sangran, pero duelen
mucho más.
Y es que paso por la vida
como un loco sin remedio,
me enamoro del instante
y me rompo en el silencio.
Y aunque intento ser más
fuerte,
no me sé proteger
de perder lo que descubro
y jamás podré tener.